miércoles, 9 de marzo de 2011

Flavio.

Y es que no hay nada más triste y melancólico como el silencio que se sucede al armonioso murmuro de voces queridas que fueron a apagarse para siempre en los abismos de la eternidad; pues no existe nada más lúgubre que el eco que responde a nuestra voz, bajo las bóvedas desiertas, cuando pronunciamos un nombre querido, que ya está borrado del número de los vivos.
¡Un padre!
¡Una madre!
Desde el instante en que estas palabras dulcísimas no son ya más que un recuerdo, el espíritu se agita inquieto y temeroso en los lugares donde esas palabras han resonado un día, como un reclamo al cual respondía otro dulce reclamo.
     
                                           Rosalía de Castro

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